lunes, 16 de junio de 2014

el final de la prensa sitrica

Por tercera vez, una portada de la revista El Jueves ha sido intervenida por orden judicial. Hoy, el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo ha ordenado el secuestro del último número (1573) de la revista por injurias al sucesor de la Corona, ya que publica una caricatura "denigrante" de los Príncipes de Asturias manteniendo relaciones sexuales. En su momento fueron retiradas las revistas número uno y número siete, en las que se criticaban a España y al Vaticano, respectivamente.


A la abdicación del rey Juan Carlos siguió, apenas tres días después, la de seis dibujantes de El Jueves. Técnicamente hablando, la primera abdicación, la que provocó la reacción en cadena, fue la de Alfredo Pérez Rubalcaba, un hombre a quien lo de fundirse con las sombras le gusta tanto que ni siquiera quiso ser el muerto en el bautizo. También hubo tres directores de periódico a los que quitaron la silla meses antes del seísmo, pero eso no son más que preludios del terremoto real, igual que aquellas cintas de cassette donde se oía un eco fantasmal de la música segundos antes de que la música empezara.
El viernes, mientras almorzaba con unos amigos, discutimos las réplicas posteriores del terremoto, es decir, la abdicación en bloque de un sexteto de dibujantes cómicos. En general estábamos de acuerdo en que la portada era bastante floja en comparación con algunas de las salvajadas típicas de El Jueves, pero no parecía muy probable que hubiesen retirado sesenta mil ejemplares de la calle sólo porque en la Casa Real esperasen algo más fuerte. La portada, por si alguien no la ha visto todavía, consistía en una caricatura del rey que le pasaba a su hijo una corona floreciente de moscas y manchada de heces. Siempre me ha irritado la superioridad explícita del dibujo sobre la letra escrita: mientras que Salman Rushdie tuvo que escribir una novela de dimensiones considerables, a un dibujante danés le bastó con hacer un monigote de Mahoma para que casi pusieran precio a su cabeza.
Fuese orden directa desde la Casa Real o un canguelo repentino de los editores de RBA, nuevamente la portada prohibida ha logrado una difusión imposible de alcanzar para la versión no censurada. Algo semejante ocurrió con aquella caricatura de los futuros reyes en un yate: un chiste obsceno que, de haberse publicado, apenas habrían visto cincuenta mil personas y que sin embargo acabó dando la vuelta al mundo. Cuando le preguntaron en una entrevista en caliente al dibujante Guillermo si se arrepentía de lo que había hecho dijo que no. Y cuando le especificaron que si habría cambiado algo del dibujo respondió: “Sí. Le habría puesto más tetas”.

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