lunes, 7 de octubre de 2013

La complejidad.

Una parvada de aves: miles de individuos se coordinan sin necesidad de un líder que les diga qué hacer, formando patrones espectaculares. Hasta hace poco, no se había estudiado el comportamiento de parvadas, cardúmenes, manadas o multitudes científicamente. No se tenían las herramientas. Desde la popularización de las computadoras (ordenadores) en los 1980's, podemos estudiar miles de variables, lo cual es imposible con papel y lápiz. De maner similar al microscopio y al telescopio, la computadora ha sido una herramienta que nos permite explorar un nuevo mundo: el de la complejidad.


Complejidad es la cualidad de lo que está compuesto de diversos elementos. En términos generales, la complejidad tiende a ser utilizada para caracterizar algo con muchas partes que forman un conjunto intrincado y difícil de comprender.


  • Los sistemas simples son objeto de estudios privilegiados, pues son sistemas que se pueden caracterizar como resultado de una experiencia, y cuyos resultados son reproducibles. Este interés por la simplicidad explica en parte porqué se encuentran, en los libros y laboratorios de física, las mismas geometrías simples analizadas una y otra vez.El pensamiento complejo nos permite contemplar diferentes representaciones de un sistema, al mismo tiempo, (llamado metarrepresentación por Heylighten [1990]), con el fin de tener un entendimiento más completo del mismo. Morin hace mención de una situación paradójica: se han adquirido una increíble cantidad de conocimientos sobre el mundo, el universo, y el ser humano, obtenidos primordialmente con el método científico: en nombre de la razón se creyó enterrar mitos y tinieblas. Y sin embargo el error, la ignorancia, la ceguera progresan por todas partes al mismo tiempo que los conocimientos (Morin, 2003).
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Usualmente, la palabra "complejo" se usa como sinónimo de "complicado". Es cierto que sin una ayuda computacional, es difícil comprender los sistemas complejos. Sin embargo, en décadas recientes se han distinguido estos dos conceptos, ya que empezamos a entender reglas sencillas que pueden generar complejidad. Podemos decir que algo complejo es difícil de separar. Tiene su raíz en el latín plexus, que quiere decir entretejido. Por ejemplo, no es posible estudiar una parvada de aves enfocándose en una sola ave, ya que su comportamiento depende de las interacciones con sus vecinos. No podemos separarla para comprenderla, ya que las interacciones determinan su velocidad y dirección. Necesitamos estudiar a los individuos y sus relaciones para poder describir a la parvada.

Los ‘presos fantasma’ de Kazajistán

Se conocieron en el gulag, en Kazajistán. Allí quedaron atrapados por el final de la Guerra Civil y la invasión alemana de la Unión Soviética. Antonio Leira Carpente y José García García nunca pensaron que su pequeña aventura soviética se convertiría en un infierno de dos décadas. Eran combatientes republicanos pero acabaron como apestados en la patria del proletariado. Rusia admitió en 1992 que “muchos” españoles republicanos habían pasado por los campos de concentración estalinistas. Pero ninguna exrepública soviética había entregado a España la documentación oficial de esos presos hasta que, la semana pasada, Nursultan Nazarbayev, el presidente kazajo, regaló a Mariano Rajoy dos libros con las copias de los expedientes de 152 españoles —franquistas y republicanos—, que malvivieron congelados en sus campos en los años 40.
El hermetismo de los archivos de la antigua URSS dificulta el cómputo.
Pasaron casi un lustro en un cerco de 300 metros de largo por 200 de ancho, aislado del exterior por tres líneas de alambrada de espino, vigilados por cuatro garitas con soldados aburridos ya que, si escapaban, el desolado paisaje les delataba. Los guardianes tenían también perros adiestrados para frenar una posible fuga. Eran unos 900. Mujeres, hombres y niños de distintas nacionalidades, puntos negros sobre la nieve, trabajando por sobrevivir.
Los internos en mejores condiciones físicas trabajaban en la mina. Una hora de camino de ida de madrugada contra la brisa helada. Otra, a la caída del sol, demasiado lejano en invierno, con hasta 50 grados bajo cero, y sofocante en verano, a casi 50. La comida, un bol de sopa de col antes de salir y otro a la vuelta. Y 450 gramos de pan, a menudo, mojado. “Había una cosa que llamaban ratas de agua, un manjar”, cuenta Beatriz Leira, hija de Antonio Leira, fallecido en 2000. Los que conseguían un puesto en la huerta, engullían a escondidas una patata cruda “que les sabía a manzana”, apunta Leira. “Según lo que trabajaban, comían.

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